Tanto en el catolicismo romano, como en el protestantismo evangélico, existen los "no practicantes". Para este artículo, vamos a dejar a un lado la realidad de que no todos los católicos practican igual su fe, ni todos los evangélicos son iguales, y vamos a centrarnos únicamente en contrastar las diferencias de acuerdo a las creencias históricamente definidas de ambos.
Para ponerlo de manera simple, vamos a contrastar las tres creencias fundamentales que marcan la diferencia entre el catolicismo romano y los protestantes evangélicos:
Las creencias son determinadas por la combinación de tres elementos: la Biblia, la tradición “santa”, y el magisterio de la Iglesia (según la Iglesia Católica-Romana, el Papa, como “cabeza visible de toda la Iglesia”, tiene la autoridad infalible para establecer dogmas de fe, y los concilios determinan el carácter “sagrado” de su tradición).
Las creencias son determinadas solamente por la Biblia (2 Timoteo 3:16-17), y de acuerdo a ella, solo Cristo es la Cabeza de la Iglesia (Colosenses 1:17-18, Efesios 4:15-16).
Si creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, no es aceptable añadir tradiciones y dogmas que no se enseñan en las Escrituras, y que las contradicen. En la Iglesia según las Escrituras no encontrarás: hombres infalibles, salvación dispensada por sacramentos, imágenes para “venerar”, rosarios, agua bendita, sacerdotes ofreciendo expiación por el pecado, indulgencias, purgatorio, intercesión por los muertos, adoración a la virgen María, su inmaculada concepción o asunción, penitencias administradas para ganar el perdón, etc. Por otra parte, fue en el Concilio de Trento (siglo XVI) cuando la Iglesia Católica reivindicó los “libros apócrifos” como “deuterocanónicos”.
Si Cristo fue el fundador de la Iglesia, Su Palabra es la única regla. Si lees en Marcos 7:5-13, verás que Cristo ya denunció a los religiosos de su tiempo por seguir sus tradiciones y enseñanzas propias, contradiciendo la Palabra de Dios.
Uno llega a ser salvo por las obras, conforme a los sacramentos. En otras palabras, Jesús hace posible el cielo, pero las obras hacen que uno gane los méritos para entrar. El bautismo que se recibe en la infancia borra el pecado y da nueva vida. Si después uno peca, tendrá que hacer penitencias para disminuir su pena, siendo la Iglesia Católica quien irá administrando el perdón de Dios.
Uno llega a ser salvo por la fe en el evangelio (Efesios 2:8-9, Gálatas 2:16, Romanos 5:1). La salvación es por gracia, un regalo de Dios (no podemos hacer ninguna obra que nos administre la salvación; sino que Cristo pagó todas nuestras deudas en su sacrificio perfecto). Uno debe arrepentirse de su vida en pecado (darle la espalda) y poner su confianza en Cristo como Señor y Salvador (Marcos 1:14-15, Juan 3:16), así uno se convierte en cristiano, y tiene nueva vida (2 Corintios 5:17). El bautismo es sólo un símbolo de la fe; un bautismo sin arrepentimiento personal no tiene sentido bíblico (Mateo 3:6-8). Las buenas obras son la evidencia de la salvación, en una vida cambiada por la fe; no “pagos” a cambio de perdón.
Los protestantes surgieron históricamente, en el s. XVI, como “protesta” a las prácticas deshonestas de la Iglesia Católica con la venta de indulgencias (perdón temporal y remisión de penitencias a cambio de dinero). La protesta fue ampliándose y definiéndose cada vez más a la luz de la Biblia, con el deseo de desechar toda doctrina y práctica que contradijera a las Sagradas Escrituras. De ese modo, muchos querían volver de la enorme desviación en la época medieval (donde sólo una clase especial, el clero, tenía acceso al conocimiento de las Escrituras en latín) a la fe bíblica. Este movimiento fue conocido como la Reforma Protestante. En España, no hace mucho tiempo que los protestantes disfrutan libertad religiosa, ya que fueron duramente perseguidos por la Inquisición.
La Iglesia depende de sacerdotes que actúan como mediadores entre Dios y las personas. María es central para la adoración como “corredentora”, y a ella se dirigen peticiones como “mediadora de las gracias de Dios” (los Papas han establecido sobre la figura de María títulos propios de la divinidad). También los “santos”, que son venerados, interceden entre Dios y las personas, y las protegen de distintos males. Las imágenes, objetos, y reliquias, tienen un papel fundamental para la adoración.
Sólo Jesucristo es único y verdadero mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5), quien intercede por Su Iglesia (Romanos 8:34). Dar a otros este reconocimiento es idolatría, como también las imágenes para “venerar” (Éxodo 20:3-5). La Iglesia tiene pastores que enseñan la Biblia y guían a la congregación (1 Timoteo 3:1-7, Tito 1:7-9), pero no son mediadores, ni tienen autoridad para administrar el perdón de Dios. No existen categorías espirituales, sino que todos los cristianos auténticos crecen juntos en unidad (Gálatas 3:26-28), conforme a sus diferentes funciones (Romanos 12:3-5). Ellos son llamados “santos” sin distinción (1 Corintios 1:2). Toda adoración y oración debe ser dirigida a Dios, conforme a Cristo, en dependencia del Espíritu Santo.
En definitiva, a pesar de que compartimos creencias como la Trinidad, el nacimiento virginal de Cristo, Su humanidad y divinidad, Su muerte y resurrección, o Su segunda venida, tanto la autoridad para nuestra fe, como el centro del mensaje de salvación, y la adoración a Dios, son totalmente contrarios.
¿La fe debería ser la suma de cultura y tradiciones religiosas, o debería ser conforme a la Palabra de Dios? Nuestras almas dependen de que pongamos la confianza únicamente en lo que Dios ha dicho, ya que no hay otro evangelio (Gálatas 1:6-9, Romanos 1:16).